En este tiempo en que me pregunto, ¿qué hago con mi vida y cúal se su dirección? si lo que he elegí es lo correcto, o quiza lo mejor, desearía volver a esa ciudad invisible llamada juventud
Allí, donde quiero volver, tantas cosas se quedaron.
¿A dónde he ido a parar? ¿En qué isla he naufragado?
Allí corría tras una falda que huía despavorida.
¿Qué habrá sido de esa niña? Me recuerdo todavía
siguiendo sus pasos atento, escondiéndome en lo oscuro
de un rincón deshabitado. Allí quisiera volver a menudo.
Allí había un universo y una cárcel de juguete.
"Señor Serrano: a la pizarra". "¿Señor serrano?". "¡Presente!".
Allí aprendí a vivir, y también a recitar
con poco rigor el pretérito imperfecto del verbo amar.
Había uno que sabía, y en casi todos los recreos,
de anatomía femenina desvelaba los misterios
Y al final liberación, desatada infantil jauría.
Padres cambiando los cromos, palulú 'pal niño y la niña.
Y la niña.
Allí me dejé olvidadas mis chapas en algún charco.
Ya no recuerdo cuantas cosas allí he olvidado.
Allí crecían por las noches horrorosos monstruos fantasmas,
más dulces que los que ahora por las noches nos asaltan.
Si pudiera volver allí, ay, si pudiera.
Si ya no reconozco ni el barrio, lo devoró la hormigonera.
Allí soñaba cada día escapar por la ventana
y andar de teja en teja por los tejados que se veían desde mi casa.
Allí recuerdo, las ventanas eran más pequeñas.
Ahora son grandes, enormes, y apenas miro por ellas.
Apenas miro por ellas...
Ismael Serrano
Canción de otoño en primavera (Rubén Darío)
ReplyDeleteJuventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro
¡ya te vas para no volver...!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
La otra fue más sensitiva,
y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón
poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad:
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
¡y a veces lloro sin querer!
¡Y las demás!, en tantos climas,
en tantas tierras, siempre son,
si no pretexto de mis rimas,
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!...
Cuando quiero llorar, no lloro,
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!